Un trabajo de la Junta de Andalucía ha catalogado cerca de un millar de antiguos cortijos, molinos y lagares existentes en la provincia de Córdoba, de los cuales el 80% están en diversos estados de abandono y progresivo deterioro, los más prácticamente irrecuperables. Todos contemplamos hoy cuando salimos a la carretera la penosa imagen de edificaciones que sirvieron para dar cabida a la mayor parte de la población campesina, que es como decir a la principal actividad generadora de puestos de trabajo de entonces y que forman parte común de nuestra común y reciente historia campesina andaluza. Dieron albergue y cobijo a muchas generaciones, son todavía testimonio visual de las formas de vida de nuestros antepasados contemplando sus viejas construcciones, las soluciones arquitectónicas al uso de hace varios siglos, y de la observancia rigurosa de las diferencias de clase asentadas en aquella época y que es fácil de colegir en función de los distintos edificios construidos, la calidad de los materiales, o de su distribución de los espacios, de acuerdo con la jerarquía establecida de casa del propietario, vivienda del encargado y aposento de los trabajadores.
En definitiva, libro abierto para su lectura por los jóvenes en ayunas y sin conciencia de la importancia que hay que dar a un tiempo pasado y a unos escenarios testigos de una forma de vida, llenos de acontecimientos políticos y sociales que por su derivación en trágicos episodios posteriores cuyo germen tomaba como caldo de cultivo apropiado la concentración en los cortijos de la enorme población asalariada que habitualmente vivía de la actividad agraria. Por ello y porque de la memoria histórica siempre hay que aprender, nuestra joven generación tiene que conocer y valorar en su verdadera dimensión a aquellas generaciones y que puedan entender que la realidad, forma de vida y bienestar actual no han llegado como agua caída del cielo.
Sin embargo, este patrimonio está a punto de desaparecer, y la causa es la inseguridad y el robo reiterado y contumaz a que se ven sometidos estos cortijos. Hay personas que intentan salvar los edificios, empeñadas en rehabilitar este patrimonio a costa de muchos esfuerzos, pero todo se desvanece ante el desamparo y falta de vigilancia que existe en caminos y construcciones rurales. Para los ladrones, todo sirve, todo se saquea y a su paso un panorama desmoralizador lleva a esas personas que aún creen en regenerar el patrimonio popular campesino, a la amargura y abandono. Hoy, incluso pernoctando en un cortijo no se tienen todas consigo como los sucesos que diariamente aparecen en los medios de comunicación se encargan de certificar. Los sindicatos agrarios advierten, denuncian, solicitan medidas. Los empresarios están acostumbrados a que los amigos de lo ajeno campen a sus anchas. No hay respuesta firme que debilite tanta inseguridad.
Es una paradoja que en esas antiguas construcciones no se observen instalaciones o artilugios tendentes a proteger su seguridad, por innecesarias y en pleno siglo XXI la sociedad actual sea incapaz de atajar tanta tropelía.
