A priori, el término productor suena frío, y a pesar de que trasladado al terreno agrícola o ganadero pudiera hacernos pensar en una labor más cercana a la vida, quizá pecando de romanticismo, la verdad es que desgraciadamente, en la mayoría de los casos no lo es así. Son más las veces en que generar alimentos para el consumo humano, siendo éstos resultado del contacto directo con formas vitales, están más cercanas a la materialista industria que a la mítica relación que el hombre, desde el día en que se cansó del nomadismo, contrajo con más o menos agradecimiento con la Madre Tierra.
En este frenético pulso con los procesos biológicos, nos olvidamos de que la naturaleza no podía ser tratada como una locomotora, y es hace relativamente poco tiempo cuando nos hemos percatado de ello. Y tristemente no por un despertar espontáneo a la razón o la ética al entender el abuso al que sometemos aire, tierra, agua y formas de vida, sino por el propio perjuicio que lentamente hemos ido entendiendo que nos acarrea. Ojalá no sea demasiado tarde.
Para muchos insospechadas, la agricultura y la ganadería, si bien no tan agresivas como las chimeneas y desagües de las industrias descontroladas que a todos se nos vienen a la cabeza al hablar de contaminación, también son acciones hasta el día de hoy irremediablemente ligadas al deterioro de nuestro medio. Yo diría que incluso más elocuentes en sus efectos, toda vez que la mayoría de explotaciones se encuadran en zonas rurales, donde contribuyen, qué duda cabe, a su desarrollo económico, pero también a su degradación. Algunas, incluso inscritas en zonas protegidas y de especial interés, como parques naturales, con más motivo justifican la aplicación de métodos ecológicos.
Laderas desnudas por la erosión, acuíferos saturados de residuos, tierras esterilizadas, bosques carbonizados¿ son solo algunos ejemplos de mala gestión. En este sentido, tenemos que hacer ver a los agricultores y ganaderos que, si bien no los culpamos en exclusividad de todos estos males, pues todos somos responsables, en el triste guión de este drama hoy queremos hacer borrón y cuenta nueva, y ellos serán los protagonistas. Abanderados de una nueva forma de producir, más inteligente, porque tenemos un bagaje de experiencias que no ha de desaprovecharse, la gente del campo nos va a volver a demostrar que en la naturaleza nada ocurre porque sí y nada se desperdicia. Ellos ya sabían aquello que un sabio creyó descubrir de ¿la energía no se crea ni se destruye, únicamente se transforma¿. ¿Habrá reciclaje más arcaico que el de guardar la semilla del fruto para volver a sembrarlo? ¿Y que aquel de abonar el cultivo con el estiércol del ganado? ¿Hay agricultura más antigua que la ecológica?
Podríamos decir que casi los mismos motivos o convicciones que hacen decantarse por la adquisición de productos bio a los consumidores, pueden llevar a los productores agrarios convencionales a convertirse en ¿ecológicos¿. Ambos, por supuesto, gustan de alimentarse bien y sano, de un entorno medianamente saludable para vivir y miran por su economía. Pero los segundos además, junto al legado medioambiental que en mayor o menor medida se sientan comprometidos en entregar a sus descendientes, en muchos casos heredan una forma de vida, una cultura y un medio de sustento¿ aunque cada vez éste menos rentable. Por eso, aspecto que prevalece o debe prevalecer en los fundamentos de la agricultura ecológica, entendiéndose como clave para su aceptación y viabilidad, es la mejora de la situación económica de sus actores principales. Se pretende potenciar la producción y con ella el consumo local, dotándola de independencia frente a mercados exteriores. Conseguimos así que los productos resultantes sean comercializados de manera más justa, repercutiendo los beneficios directamente en la economía de sus productores, evitando un ¿hinchamiento¿ de los precios en pro de intermediarios. Aunque no pocos desconfían de este tipo de agricultura alternativa ante ese, a veces, inferior nivel productivo y demandante atribuido, han de saber que en compensación reciben más y disponen de sistemas mercantiles especializados que les garantizan su venta, constante, segura y con una mayor estabilidad en los precios de mercado.
Se entienden así acciones como la del Plan de Agricultura Ecológica puesto en marcha por el Grupo de Cooperación ¿Columela¿, formado por diez asociaciones de desarrollo rural andaluces y financiado por fondos europeos Leader Plus. Pensando precisamente en la promoción de los valores y recursos rurales, se hace necesario dotar a estas zonas, no solo de la independencia económica que decíamos, sino también de un carácter diferencial, potenciando las calidades exclusivas. Se trata de vender lo mejor de nosotros, lo que nadie tiene.
Quizás ni siquiera exista en el diccionario español un término que defina esa mezcla de suelo, clima, orografía e incluso carácter humano, que vuelve inimitable el producto que nace, se elabora y vende. Hemos de aprovecharnos de que a día de hoy, por suerte, ese conjunto de factores no puede envasarse y llevarse donde otros ya lo quisieran. Y de nuevo hablamos de ¿un todo¿, un conjunto, ya que a pequeña escala el aprovechamiento razonable de los recursos del campo agrícola y ganadero es similar a la conservación global de la naturaleza: medio, formas de vida y hombre conviviendo. Y es posible.
