Sergio Pérez Guerrero - Departamento de Ciencias y recursos agrícolas y forestales - Universidad de Córdoba.
Andalucía Investiga
Un grupo de investigadores del Departamento de Ciencias y
Recursos Agrícolas y Forestales de la Universidad de Córdoba se ha propuesto reducir la
contaminación ambiental y los desequilibrios originados por el uso de
insecticidas en los espacios arbolados. Para ello, investigan diferentes
métodos de control biológico en encinas y alcornoques, dos de las especies más
representativas de los bosques andaluces, cuya superficie total es de 4.658.105 hectáreas.
Esta cifra supone el 53% del territorio regional, un porcentaje alto si se
compara con el de España (17%) y la Unión Europea (31%), según datos recogidos en el
Reglamento Forestal de Andalucía.
Al atravesar Despeñaperros la imagen de campos poblados de
encinas y alcornoques, en el norte de las provincias de Jaén y Córdoba, nos
adelanta cuál será el paisaje predominante en la región. Con una vasta
superficie arbolada, Andalucía es uno de los territorios donde la forestación
es un importante recurso económico y ecológico. El Reglamento Forestal de
Andalucía señala que las encinas ocupan un total de 850.284 hectáreas
y los alcornocales 188.614, ambos del llamado género Quercus, situándose con
estas cifras como importantes iconos de la región con un indudable valor
ambiental, como protectoras y restauradoras de suelos o reguladoras del régimen
hídrico. De igual forma, resalta el aprovechamiento de maderas, frutos y
cortezas de algunas de estas especies, que determinan el modo de vida de sus
gentes en zonas de manejo tradicional de las dehesas o de aprovechamiento
corchero.
Además de la seca, conocida como la principal pandemia
entre los árboles de este género (Quercus), existen plagas que afectan a esta
especie. Al estar situadas en un medio forestal, la vida de cada especie está
asociada a multitud de insectos. Unos afectan al fruto, otros desarrollan su
actividad en las raíces y la madera y, por último, los llamados defoliadores,
comen las hojas del arbolado. De estos insectos, los predominantes son los
comúnmente conocidos como mariposas y polillas.
Un equipo de científicos, dirigido por Enrique Vargas Osuna,
ha centrado años de investigación en el estudio de estos insectos para
controlar las plagas que provocan la pérdida del follaje de encinas y
alcornoques, que repercute en la producción del fruto y el estado general del
árbol al reducir la capacidad fotosintética de la planta. Sergio Pérez
Guerrero, uno de los coordinadores estos estudios desde la Escuela Técnica
Superior de Agrónomos y Montes de la
UCO, explica la importancia del rol de estos insectos cuando
comen hojas de encinas y alcornoques: Los defoliadores ejercen un papel
destacado en las cadenas tróficas (es decir, nutritivas) al servir de alimento
a numerosos depredadores y parasitoides y favorecer el reciclado de los
elementos en el ecosistema forestal. Sin embargo, bajo determinadas
condiciones, algunas especies constituyen importantes plagas forestales a nivel
mundial.
Herramientas sostenibles
Desde 2001 este grupo de expertos trabaja para proporcionar
una herramienta eficaz para un manejo seguro y sostenible de las plagas
forestales a través de la selección de microorganismos que provocan
enfermedades en los insectos (entomopatógenos). La utilización casi exclusiva
de insecticidas orgánicos de síntesis y amplio espectro provoca desequilibrios
en el ecosistema y problemas de contaminación ambiental, detalla Pérez
Guerrero. Estos insecticidas no selectivos y su mal uso causan, entre otros
efectos, una reducción de las poblaciones de enemigos naturales (depredadores
y parasitoides) que se alimentan y utilizan como hospedadores a las orugas de
lepidópteros, aclara el investigador, quien plantea el control biológico como
alternativa o complemento a la lucha química; más concretamente, la lucha
microbiana.
Cada primavera, coincidiendo con la floración de las
quercíneas y el periodo larvario de los lepidópteros, este grupo de expertos se
traslada al noroeste de la provincia de Córdoba para, a partir de la recogida
de larvas, obtener resultados representativos de la comunidad de insectos
defoliadores. El método de muestreo empleado por este equipo es el vareo
alrededor del árbol, dónde se sitúa una lona blanca a ras del suelo y más tarde
se recogen las muestras. Además, la repetición periódica de este tipo de
muestreos permite la obtención de las curvas de abundancia y los máximos de
ingestación, que son herramientas indispensables para la elaboración de
programas de control, según detalla Sergio Pérez.
Estas prospecciones les permiten estudiar distintas familias
de lepidópteros (formando un mapa) que afectan al género Quercus y analizar
aquellas que provocan más pérdidas en el sector, entre ellas destacan Tortrix
viridana y Catocala nymphagoga. Estas bellas y, al mismo tiempo, ávidas
mariposas, puede llegar a producir defoliaciones intensas que debilitan el
árbol y hacen perder la producción de frutos, llegando, en ocasiones, a
provocar la muerte de algunos pies cuando las defoliaciones son severas.
Antecedentes del control microbiano
La historia del control biológico de defoliadores cuenta con
varios hitos en su haber. Uno de los más recordados es el de Lymantria dispar
(una de las especies de lepidópteros más común en el ámbito de las plagas
forestales) en Norteamérica y el virus de la poliedrosis nuclear aislado en
esta especie a principios del siglo XX. Un descubrimiento que desencadenó que,
a mediados de los 70, se desarrollara y registrara el producto Gypcheck®. Sin
embargo, este virus no se comercializa en España y el control de la especie es
fundamentalmente químico.
El objetivo último de los trabajos de estos investigadores
es la comercialización y registro de un producto que satisfaga el control de la
especie de lepidópteros de forma biológica. Aunque, como señala Sergio Pérez,
es un camino de largo recorrido.